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Una ‘Theodora’ reivindicativa: la gran apuesta de clásica para el otoño de 2024

El oratorio de Handel llega al Teatro Real en una moderna relectura de Katie Mitchell. Será la primera vez que se represente escénicamente en España

Música clásica otoño 2024 Babelia
Una escena de 'Theodora', de Handel, con dirección de escena de Katie Mitchell, en la Royal Opera House, donde se estrenó esta coproducción con el Teatro Real. En Madrid se verá este noviembre.Camilla Greenwell (Royal Opera House)
Luis Gago

Cuatro rasgos esenciales han identificado históricamente al oratorio: su temática religiosa y edificante; su interpretación no escenificada; la presencia frecuente de coros; el uso preferente de la lengua vernácula. Dado que, al igual que sucedía en la ópera, en el Barroco (que vio nacer simultáneamente a uno y otra) sus argumentos avanzaban por medio de recitativos y arias, el oratorio se vio obligado a marcar su perfil propio de otro modo: nadie lo supo mejor que George Frideric Handel en su doble faceta de empresario y compositor. Cuando la aristocracia londinense se hastió de la ópera italiana y su negocio empezó a arrojar pérdidas, logró reconquistarla con un género afín, pero diferente, modelado a partir de textos ingleses que cualquiera podía comprender, lo que alentó a su vez a otros estratos sociales a acudir a los teatros a escuchar los nuevos oratorios. A punto de cumplir 65 años, la que hoy consideramos la edad simbólica de jubilación, el músico alumbró la que es probablemente su obra más personal y por la que sentía, al parecer, un apego muy especial: Theodora. Entonces, la historia virtuosa (Handel dixit) de esta mártir visionaria cristiana en un Londres atemorizado por los terremotos no tuvo ningún éxito; hoy, en cambio, llena y causa asombro en los teatros de todo el mundo.

la rentrée cultural de 2024

Ello es posible porque, desde hace al menos tres décadas, está cada vez más en boga desvirtuar uno de los elementos idiosincrásicos del oratorio —su naturaleza no teatral— al presentarlo como si se tratara de una ópera: con decorados, vestuario, iluminación y movimiento escénico. No faltan, por supuesto, quienes se rasgan las vestiduras ante lo que ven casi como un sacrilegio, pero ya estamos muy lejos de aquellas prohibiciones seculares de representar temas bíblicos o religiosos en un teatro, cuya sombra llegó incluso hasta la Salomé de Oscar Wilde a comienzos del siglo pasado. La pregunta más bien sería si Handel en concreto habría compuesto sus oratorios de otro modo en el supuesto de que su destino natural hubieran sido las mismas bambalinas en que se representaban sus óperas.

En su día, la historia de esta mártir visionaria no tuvo ningún éxito. Hoy en cambio, llena y causa asombro en los teatros

A poco que se conozcan unos y otras, solo cabe una respuesta afirmativa, ya que la escena impone sus propias e inevitables tiranías. Pero ¿impide eso acaso que se opere modernamente un trasvase que en su momento era irrealizable? A tenor de una jurisprudencia escénica ya más que notable, hay que rendirse a la evidencia y no cerrar la puerta a una práctica que nos ha regalado espectáculos grandiosos: por circunscribirnos a Handel, el multipremiado Saul (farsa colorista al comienzo, negra tragedia al final) que estrenó Barrie Kosky en el Festival de Glyndebourne en 2015; o, mucho antes, en 1996, y en este mismo festival británico, la ya histórica puesta en escena de Theodora firmada por Peter Sellars, que sirvió para derribar muchos prejuicios y conquistar una legión de adeptos; o, entre ambas, la Jephtha que dirigió en 2003 en Cardiff, en la Welsh National Opera, Katie Mitchell, la misma directora elegida por el Teatro Real para presentar por primera vez escénicamente en España Theodora, un montaje estrenado originalmente en la Royal Opera House de Londres en 2022 (y fue justamente en el Theatre Royal, en el Covent Garden, donde Handel había dado a conocer originalmente su oratorio en 1750).

Que Theodora alberga una sustancia dramática que reclama casi a gritos su tratamiento escénico volvió a quedar constatado en la propuesta de Christof Loy (una presencia felizmente habitual en el Teatro Real) para el Festival de Salzburgo en 2009, que contó con la dirección musical de Ivor Bolton, que será quien dirija también la producción de Mitchell en Madrid, donde se verá del 11 al 23 de noviembre.

Los tres montajes abandonan la Antioquía y el siglo IV originales para trasladar la acción a nuestros días. Si Sellars —político y espiritual a partes iguales— hacía morir a Theodora y Didymus atados a sendas camillas tras recibir una inyección letal, y a Loy le bastaban un puñado de sillas como toda escenografía para edificar un drama casi existencialista, huis clos, Katie Mitchell, en línea con una de las principales señas de identidad de su trabajo, y aprovechando el enorme potencial trágico de su heroína, se decanta por una lectura feminista: este mismo verano, en el Festival Aix-en-Provence, repuso su montaje de Pelléas et Mélisande adaptándolo, según confesión propia, al post-Me Too, reforzando la polaridad entre víctima femenina y abusadores masculinos. Su enfoque hunde sus raíces en la obra literaria (The Martyrdom of Theodora and Didymus, 1687) que inspiró a Thomas Morell, el libretista de Handel, escrita por el científico Robert Boyle, firme defensor de los derechos y la autonomía de las mujeres, y en cuyas ideas resuenan las reivindicaciones de Aphra Behn o, algo más tarde, Mary Astell o Lady Mary Wortley Montagu, figuras pioneras del feminismo británico.

Mitchell decide trasladar la acción a una moderna embajada, con tres escenarios deslizantes que pueden verse sucesiva o simultáneamente: una gran cocina (en la que sirven Theodora e Irene al tiempo que preparan bombas en secreto), un salón y, no por capricho, sino por exigencias del libreto, ya que la protagonista ha sido forzada —en lo que Mitchell ve un gesto inequívocamente misógino— a prostituirse en un burdel, una cama y un club de alterne dominados por el color rojo; imposible olvidar a Theodora cantando su aria With Darkness Deep, as is My Woe mientras dos prostitutas bailan y se contonean a su lado en sendas barras.

Cuando se representan, los oratorios dejan de ser “óperas de la mente” o imaginadas diversamente por cada uno de nosotros una vez que el director de escena elimina toda ambigüedad e impone su propio criterio. Así, Katie Mitchell decide incluso trastocar el final y salvar a su heroína, que ella ve no solo como una persona de fuertes convicciones, sino también, y sobre todo, de acción: basta ya de mujeres pasivas en manos de hombres crueles que manejan los hilos del poder. Desoye así, claro, al libreto original, pero no es este el lugar para desvelar los detalles del cómo y el porqué. Mucho mejor verlos en el Teatro Real en noviembre y entrar así a formar parte del cada vez más nutrido coro de admiradores entusiastas de Theodora, una obra cuasitestamentaria —Spätstil en estado puro—, libérrima, reflexiva, honda, intimista, trágica (que los coros finales de cada una de sus tres partes, que no actos, estén en Re menor, Fa menor y Sol menor es un hecho tan insólito como revelador) y, sobre todo, un oratorio con una irresistible alma teatral.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.
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